Cosmapa
(Fragmento)
Nicolás se levantó, se asomó
a la ventana y respiró fuerte y largo. Allí estaban sus coyotes, los tíos
coyotes de su infancia. El viento se llevaba meciendo cariñosamente esos
ruidos. Después de largo rato de contemplación, Nicolás se acostó de nuevo y en
la penumbra del sueño, medio dormido, transportado más allá de las cosas, en la
noche serena le brotaba una idea insistente como el agua de las vertientes de
Cosmapa. Una idea redonda, como los pechos de la Juana Corrales que se estaban
reventando.
Amaneció con frío penetrante.
El humo del Telica flotaba pesado sobre su falda. El sol no había subido, pero tenía
el cielo embijado. Nicolás alegre en la ventana, escuchaba la algarabía de los pájaros
sobre la casa y el jardín. Más allá, los gallos, las vacas, los terneros, los
toros y los relinchos de los garañones. Nicolás se volvió a meter en su cama.
Los sirvientes tenían orden
de no despertarlo nunca así se hundieran los cerros y se brotara el mar. Añadió
el maese: -En verdad no hay motivo digno para interrumpir el dulce sueño de un filósofo,
es decir, de un hombre que no es sabio ni ignorante, pero que toca a Dios y las
ideas con las manos, y a las criaturas.
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