domingo, 26 de junio de 2022

Niveles de variación: Variación Fonética-Fonológica, Variación Gramatical


ü  Observe y analice las siguientes palabras:

 

-Cuidao -Guevo

 

-Verdá - Cedular

 

-Veldad -Juemadre

 

-Comel  -¿Qué jue? 


-Fueves  -Gomitó


 

Fonemas consonánticos:

·  Bilabiales: Los dos labios se tocan. P, B, M

·  Labiodental: Labio inferior y dientes superiores se tocan. F, V

·  Interdentales: Lengua entre los dientes. Z

·  Dental: lengua detrás de los dientes. T, D

·  Alveolares: Lengua sobre raíz de dientes superiores.  S, L, R, RR, N 


Variante gramatical: Uso del pronombre vos.

 El voseo en sustitución del pronombre tú y usted.

 

-Vos sos idéntico a tu padre.

-Vos tenés muchos libros. 



ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE
1.       Lea y analice el texto titulado “Un sábado en mi parroquia”, del escritor Fermín de Pimentel y Vargas.  


2.       Resuelva la guía para el análisis del texto 

Personajes

(Características)

Argumento

Mensaje

Identifique en el texto, diez palabras que contengan variantes fonético-fonológico.


 

 

 

 

 

 

 

 

 


Lea atentamente el cuento del escritor nicaragüense Juan Aburto.

 

Patio muerto

Se traslada la familia a otra vivienda y quienes gozan con las incidencias del cambio son los muchachos. Llega el camión y los muchachos se apean, los primeros penetran corriendo en los cuartos lóbregos y los pueblan con bulla. Esto es en medio de la oscuridad reciente, porque, casi siempre, los nuevos inquilinos llegaron furtivos, hacia el crepúsculo o a la media noche, para que no pudieran verlos salir de donde vienen, para que no los vean llegar. Pero los muchachos hacen entre ellos la denuncia al vecindario:

-¿Y onde vivis vos?

-¿Hay muchachitos para jugar aquí, ah?

-Los niños penetran, pues, y abren la vida de la nueva casa.

-¡Ve, papá, aquí está el inodoro!

-¡Papá, detrás hay una fábrica, oyí el ruido! ¿oyí?

El papá oyó muchas exclamaciones como éstas, toda aquella tarde, y también después, cuando se acostaron en la oscuridad.

Enclaustrado, el patio de la casa era de ladrillos, tres varas cuadradas de piso duro y hostil, acorralado por una pared de cemento y un cerco de tablas blanqueadas. Los ladrillos del patio eran pequeñas losas sobre la tierra sepultada.

Hacía un calor inusitado en la noche. Hacía calor en las habitaciones bajas y negras como pequeñas cavernas de la vivienda. Un calor que en medio de la quietud nocturna lo irradiaba implacable al patio muerto.

El papá no sabía si era el calor de la fatiga por el traslado, el calor de los hijos revueltos con la mujer, tranquilos, semidesnudos, durmiendo en esta nueva casa, después de las otras casas...

¿Sería esto, en fin, lo que llaman calor de hogar? Y volvía a mirar a los hijos sudando, moteados de zancudos negros, todos ellos pies con cabeza en las tijeras colocadas al acaso, unas para acá, otras para allá.

Más tarde siguió un trajín de pies descalzos y brazos alargados en la oscuridad, tropezando en el cuarto, pisando el suelo repelente del patio, en busca de la bacinilla, del chorro de agua del lavadero. Toda la noche se levantaron sofocados el papá, la mamá, los muchachos, completando en lo incierto de la casita, su asentamiento.

El enladrillado del patio, reflejando un pequeño cielo sin brillo, propagó una penumbra lúgubre; y las ropas arrugadas y tiesas, colgadas de dos alambres, semejaban fantasmas estáticos.

Por la mañana los primeros fueron otra vez los chavalos. Vistiendo aún la mitad de sus piyamas, corrieron de nuevo a reconocer a la luz del día el recoveco. Fueron, vinieron.

Fueron y vinieron los habitantes de aquella casa, durante semanas. En el día, el solazo estallado contra el cemento del patio se extendía violento hasta incendiar los rincones lejanos. Por la noche, una niebla cálida se alzaba sobre los ladrillos sin vida.

-Ve niñá, -dijo un día el hombre a la mujer- yo creo que debiera ser pintor.

Se había apoyado todo él contra el quicio de la cocina, y aunque era una figura mal colocada, usando el cuerpo como pie de amigo, la mujer lo veía atractivo a su marido.

-Vos, ¿y por qué creés, ah?

-¿No ves este pencazo de luz?

-Ah, ¡no me digás! ¿Qué sabés vos?

-No hom... ¿no ves que el sol entra por todas partes, por donde quiera relumbra aquí, no ves? Fijate, si yo pudiera pintar ese fogonazo y este calor. ¡lmagináte!

-Ve, mejor preocupáte por los muchachos: ve, se salen a la calle a cada rato, aquí ni jugar pueden, yo creo que el resplandor del patio no lo aguantan.

-¡Pues si es lo que te digo yo!.

-Qué, los muchachos ni caso les hacés.

-No, niña, el resplandor.

La mujer salía después a la calle y palmeando las manos, gritaba recogiéndose el delantal sucio arrollándoselo como fajero, para que no se lo vieran:

-¡Margarítita! ¡Margarilita! ¡Sebastiancitoo0…! ¿Onde están?

Como de costumbre, no acudían los muchachos.

El papá, recutido en su cuarto, con el dorso desnudo, leía. La voz herida de la mujer le llegaba con ruido de latigazo. Venía el grito, se alargaba a lo hondo y llegaba resonando agudo en el patiecito enladrillado, restallando como culebra mica, hasta llegar a la tijera.

-¿Por qué hacés tanto ruido, niñá?

El hombre protestaba como en un ruego y, semi desnudo, salía a la puerta de la que era la alcoba. Colgando de su mano, un periódico abierto rozaba el suelo.

-Si no soy yo, son tus hijos, ¿no querés que los aplaste un carro?

Caminó el hombre un poco por los cuartitos y de nuevo un brillar ardiente que proyectaba el patio, lo cubrió. La gran luz amarilla detenida sobre su frente lo seguía a todas partes; con una mano cubríase media cara, hurtándola a la claridad ardiente.

Golpearon la puerta de la calle. Entreabriéndola, escondió el pecho desnudo inclinándose a un lado, y asomando los ojos, dijo a alguien:

-Vea, ahora no voy a poder; dígamele que la semana que viene, ¿oye? Ahi perdone.

Después bebió agua tibia del chorro y se sentó en el lecho.

Las sábanas enjabonadas y tendidas en el piso del patio, fulgían al sol como láminas encendidas. Era imposible mirarlas.

-Ve, oime, vámonos de aquí.

-¿Ves cómo sos vos? Me trajiste porque era mejor aquí y ya te querés ir.

-Si, pero yo creía... No ves este reflejo siempre, no hay ni aire. No se halla que hacer, ¿no ves este fuego, mujer?

-¿No creías que qué? Siempre me hacés lo mismo. Si no es una cosa es otra..

En esto llegaron los muchachos corriendo.

-Ve papá, esta semilla de jocote

-¿Para qué la querés, te digo, botála!

-Pues para sembrarla debajo de ese ladrillo quebrado, yo lo quebré. ¡Para que tengamos palitos!

-¿Y no sabés que no se siembran las semillas de jocote?

-¡Cómo no! Y le echamos agua, ¿ah? ¿No ves que sólo esa tierrita hay aquí, ah?

Los camioneros cargaron otra vez aquella tarde el último trasto de la familia y de entre un ladrillo quebrado muerto la tierra renacida alargaba un pequeño tallo verde.

Pero no era de jocote.

Tomado de Juan Aburto. Se alquilan cuartos, 1975.

👉Resuelva la guía para el análisis del texto "Patio muerto", del escritor Juan Aburto.

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