ü
-Cuidao -Guevo
-Verdá - Cedular
-Veldad -Juemadre
-Comel -¿Qué jue?
-Fueves -Gomitó
Fonemas consonánticos:
· Bilabiales: Los dos labios se tocan. P, B, M
· Labiodental: Labio inferior y dientes superiores se tocan. F, V
· Interdentales: Lengua entre los dientes. Z
· Dental: lengua detrás de los dientes. T, D
· Alveolares: Lengua sobre raíz de dientes superiores. S, L, R, RR, N
Variante gramatical: Uso del pronombre vos.
El voseo en sustitución del pronombre tú y usted.
-Vos sos idéntico a tu padre.
-Vos tenés muchos libros.
Personajes (Características) | Argumento | Mensaje | Identifique en el texto, diez palabras que contengan variantes fonético-fonológico. |
|
|
|
|
Lea atentamente el cuento del escritor nicaragüense Juan Aburto.
Patio muerto
Se traslada la
familia a otra vivienda y quienes gozan con las incidencias del cambio son los
muchachos. Llega el camión y los muchachos se apean, los primeros penetran
corriendo en los cuartos lóbregos y los pueblan con bulla. Esto es en medio de
la oscuridad reciente, porque, casi siempre, los nuevos inquilinos llegaron
furtivos, hacia el crepúsculo o a la media noche, para que no pudieran verlos
salir de donde vienen, para que no los vean llegar. Pero los muchachos hacen
entre ellos la denuncia al vecindario:
-¿Y onde vivis
vos?
-¿Hay
muchachitos para jugar aquí, ah?
-Los niños
penetran, pues, y abren la vida de la nueva casa.
-¡Ve, papá,
aquí está el inodoro!
-¡Papá, detrás
hay una fábrica, oyí el ruido! ¿oyí?
El papá oyó
muchas exclamaciones como éstas, toda aquella tarde, y también después, cuando
se acostaron en la oscuridad.
Enclaustrado,
el patio de la casa era de ladrillos, tres varas cuadradas de piso duro y
hostil, acorralado por una pared de cemento y un cerco de tablas blanqueadas.
Los ladrillos del patio eran pequeñas losas sobre la tierra sepultada.
Hacía un calor
inusitado en la noche. Hacía calor en las habitaciones bajas y negras como
pequeñas cavernas de la vivienda. Un calor que en medio de la quietud nocturna
lo irradiaba implacable al patio muerto.
El papá no
sabía si era el calor de la fatiga por el traslado, el calor de los hijos
revueltos con la mujer, tranquilos, semidesnudos, durmiendo en esta nueva casa,
después de las otras casas...
¿Sería esto,
en fin, lo que llaman calor de hogar? Y volvía a mirar a los hijos sudando,
moteados de zancudos negros, todos ellos pies con cabeza en las tijeras
colocadas al acaso, unas para acá, otras para allá.
Más tarde
siguió un trajín de pies descalzos y brazos alargados en la oscuridad,
tropezando en el cuarto, pisando el suelo repelente del patio, en busca de la
bacinilla, del chorro de agua del lavadero. Toda la noche se levantaron
sofocados el papá, la mamá, los muchachos, completando en lo incierto de la
casita, su asentamiento.
El
enladrillado del patio, reflejando un pequeño cielo sin brillo, propagó una
penumbra lúgubre; y las ropas arrugadas y tiesas, colgadas de dos alambres,
semejaban fantasmas estáticos.
Por la mañana
los primeros fueron otra vez los chavalos. Vistiendo aún la mitad de sus
piyamas, corrieron de nuevo a reconocer a la luz del día el recoveco. Fueron,
vinieron.
Fueron y
vinieron los habitantes de aquella casa, durante semanas. En el día, el solazo
estallado contra el cemento del patio se extendía violento hasta incendiar los
rincones lejanos. Por la noche, una niebla cálida se alzaba sobre los ladrillos
sin vida.
-Ve niñá,
-dijo un día el hombre a la mujer- yo creo que debiera ser pintor.
Se había
apoyado todo él contra el quicio de la cocina, y aunque era una figura mal
colocada, usando el cuerpo como pie de amigo, la mujer lo veía atractivo a su
marido.
-Vos, ¿y por
qué creés, ah?
-¿No ves este
pencazo de luz?
-Ah, ¡no me
digás! ¿Qué sabés vos?
-No hom... ¿no
ves que el sol entra por todas partes, por donde quiera relumbra aquí, no ves?
Fijate, si yo pudiera pintar ese fogonazo y este calor. ¡lmagináte!
-Ve, mejor
preocupáte por los muchachos: ve, se salen a la calle a cada rato, aquí ni jugar
pueden, yo creo que el resplandor del patio no lo aguantan.
-¡Pues si es
lo que te digo yo!.
-Qué, los
muchachos ni caso les hacés.
-No, niña, el
resplandor.
La mujer salía
después a la calle y palmeando las manos, gritaba recogiéndose el delantal sucio
arrollándoselo como fajero, para que no se lo vieran:
-¡Margarítita!
¡Margarilita! ¡Sebastiancitoo0…! ¿Onde están?
Como de
costumbre, no acudían los muchachos.
El papá,
recutido en su cuarto, con el dorso desnudo, leía. La voz herida de la mujer le
llegaba con ruido de latigazo. Venía el grito, se alargaba a lo hondo y llegaba
resonando agudo en el patiecito enladrillado, restallando como culebra mica,
hasta llegar a la tijera.
-¿Por qué
hacés tanto ruido, niñá?
El hombre
protestaba como en un ruego y, semi desnudo, salía a la puerta de la que era la
alcoba. Colgando de su mano, un periódico abierto rozaba el suelo.
-Si no soy yo,
son tus hijos, ¿no querés que los aplaste un carro?
Caminó el
hombre un poco por los cuartitos y de nuevo un brillar ardiente que proyectaba
el patio, lo cubrió. La gran luz amarilla detenida sobre su frente lo seguía a
todas partes; con una mano cubríase media cara, hurtándola a la claridad
ardiente.
Golpearon la
puerta de la calle. Entreabriéndola, escondió el pecho desnudo inclinándose a
un lado, y asomando los ojos, dijo a alguien:
-Vea, ahora no
voy a poder; dígamele que la semana que viene, ¿oye? Ahi perdone.
Después bebió
agua tibia del chorro y se sentó en el lecho.
Las sábanas
enjabonadas y tendidas en el piso del patio, fulgían al sol como láminas
encendidas. Era imposible mirarlas.
-Ve, oime,
vámonos de aquí.
-¿Ves cómo sos
vos? Me trajiste porque era mejor aquí y ya te querés ir.
-Si, pero yo
creía... No ves este reflejo siempre, no hay ni aire. No se halla que hacer, ¿no
ves este fuego, mujer?
-¿No creías
que qué? Siempre me hacés lo mismo. Si no es una cosa es otra..
En esto
llegaron los muchachos corriendo.
-Ve papá, esta
semilla de jocote
-¿Para qué la
querés, te digo, botála!
-Pues para
sembrarla debajo de ese ladrillo quebrado, yo lo quebré. ¡Para que tengamos
palitos!
-¿Y no sabés
que no se siembran las semillas de jocote?
-¡Cómo no! Y
le echamos agua, ¿ah? ¿No ves que sólo esa tierrita hay aquí, ah?
Los camioneros
cargaron otra vez aquella tarde el último trasto de la familia y de entre un
ladrillo quebrado muerto la tierra renacida alargaba un pequeño tallo verde.
Pero no era de
jocote.
Tomado
de Juan Aburto. Se alquilan cuartos, 1975.
Personajes (Características) | Argumento | Mensaje | Identifique en el texto, diez palabras que contengan variantes fonético-fonológico. |
|
|
|
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola