Las variantes del
español de Nicaragua:
👉Son las distintas formas que experimenta la lengua en sus
significaciones, debido a la influencia del medio geográfico y los oficios y
profesiones que desempeñan las personas.
Variantes léxicas:
Regionalismos:
Son
las diferentes palabras o voces que varían en los distintos lugares o regiones,
donde se habla una misma lengua.
Ej.
Ese es un soplón
(Tapudo)
(Sapo)
Palabras
polisémicas:
Son
términos que poseen varios significados.
Burro:
Planchador, Animal, persona poco inteligente (despectivo).
Empleo
del sufijo –Eco (Despectiva):
Dundeco
Pandureco
Moneco
Cacreco
Culeco
Chacueco
Uso
de prefijos castellanos “a”, “de”, “en”
Acalambrar
Desguapar
Descachimbar
Endiablar
Uso
de gentilicios:
Managuense
Sauceño
Leonés
Boaqueño
Achuapeño
Variantes Fonético-Fonológicas:
El
término variación fonética enfatiza los cambios que ocurren en la
pronunciación como la alternancia entre sonidos.
Adición
al principio: abajar por BAJAR, descambiar por CAMBIAR.
Adición
en medio o epéntesis: Cónyugue por CÓNYUGE. Trompezar por TROPEZAR.
Adición al final: ridiculeza por RIDICULEZ
Hablastes por HABLASTE
Supresión
al principio: Humar por AHUMAR.
Supresión
en el medio: Clotilde por CLEOTILDE
Supresión
al final: Compa por COMPAÑERO.
Contracción:
almedio por ALMA DE DIOS, pisicorre por PISA Y CORRE; juemadre por HIJO DE
MADRE.
Variante gramatical (Morfológica):
La
morfología es la parte de la gramática que se ocupa de la estructura de las
palabras, las variantes que estas representan y el papel gramatical que
desempeña cada segmento en relación con los demás elementos que la componen.
De
la sustantivación: El articulo antepuesto. La güirila, el tamal.
Del
género: La tendencia a señalar el género mediante la vocal final. El tibio, El
arroz, La María, La Sofía.
Del
adjetivo: El abundante uso de prefijos intensivos. Superalto, ultraligero,
megadelgado.
Del
dativo ético o interés: momento expresivo y de afectividad. Me le das los
realitos.
Lea atentamente el cuento del escritor
nicaragüense Juan Aburto.
Patio muerto
Se traslada la familia a otra vivienda y
quienes gozan con las incidencias del cambio son los muchachos. Llega el camión
y los muchachos se apean, los primeros penetran corriendo en los cuartos
lóbregos y los pueblan con bulla. Esto es en medio de la oscuridad reciente,
porque, casi siempre, los nuevos inquilinos llegaron furtivos, hacia el crepúsculo
o a la media noche, para que no pudieran verlos salir de donde vienen, para que
no los vean llegar. Pero los muchachos hacen entre ellos la denuncia al
vecindario:
-¿Y onde vivis vos?
-¿Hay muchachitos para jugar aquí, ah?
-Los niños penetran, pues, y abren la vida de
la nueva casa.
-¡Ve, papá, aquí está el inodoro!
-¡Papá, detrás hay una fábrica, oyí el ruido!
¿oyí?
El papá oyó muchas exclamaciones como éstas,
toda aquella tarde, y también después, cuando se acostaron en la oscuridad.
Enclaustrado, el patio de la casa era de
ladrillos, tres varas cuadradas de piso duro y hostil, acorralado por una pared
de cemento y un cerco de tablas blanqueadas. Los ladrillos del patio eran
pequeñas losas sobre la tierra sepultada.
Hacía un calor inusitado en la noche. Hacía
calor en las habitaciones bajas y negras como pequeñas cavernas de la vivienda.
Un calor que en medio de la quietud nocturna lo irradiaba implacable al patio
muerto.
El papá no sabía si era el calor de la fatiga
por el traslado, el calor de los hijos revueltos con la mujer, tranquilos,
semidesnudos, durmiendo en esta nueva casa, después de las otras casas...
¿Sería esto, en fin, lo que llaman calor de
hogar? Y volvía a mirar a los hijos sudando, moteados de zancudos negros, todos
ellos pies con cabeza en las tijeras colocadas al acaso, unas para acá, otras
para allá.
Más tarde siguió un trajín de pies descalzos
y brazos alargados en la oscuridad, tropezando en el cuarto, pisando el suelo
repelente del patio, en busca de la bacinilla, del chorro de agua del lavadero.
Toda la noche se levantaron sofocados el papá, la mamá, los muchachos,
completando en lo incierto de la casita, su asentamiento.
El enladrillado del patio, reflejando un
pequeño cielo sin brillo, propagó una penumbra lúgubre; y las ropas arrugadas y
tiesas, colgadas de dos alambres, semejaban fantasmas estáticos.
Por la mañana los primeros fueron otra vez
los chavalos. Vistiendo aún la mitad de sus piyamas, corrieron de nuevo a
reconocer a la luz del día el recoveco. Fueron, vinieron.
Fueron y vinieron los habitantes de aquella
casa, durante semanas. En el día, el solazo estallado contra el cemento del
patio se extendía violento hasta incendiar los rincones lejanos. Por la noche,
una niebla cálida se alzaba sobre los ladrillos sin vida.
-Ve niñá, -dijo un día el hombre a la mujer-
yo creo que debiera ser pintor.
Se había apoyado todo él contra el quicio de
la cocina, y aunque era una figura mal colocada, usando el cuerpo como pie de
amigo, la mujer lo veía atractivo a su marido.
-Vos, ¿y por qué creés, ah?
-¿No ves este pencazo de luz?
-Ah, ¡no me digás! ¿Qué sabés vos?
-No hom... ¿no ves que el sol entra por todas
partes, por donde quiera relumbra aquí, no ves? Fijate, si yo pudiera pintar
ese fogonazo y este calor. ¡lmagináte!
-Ve, mejor preocupáte por los muchachos: ve,
se salen a la calle a cada rato, aquí ni jugar pueden, yo creo que el
resplandor del patio no lo aguantan.
-¡Pues si es lo que te digo yo!.
-Qué, los muchachos ni caso les hacés.
-No, niña, el resplandor.
La mujer salía después a la calle y palmeando
las manos, gritaba recogiéndose el delantal sucio arrollándoselo como fajero,
para que no se lo vieran:
-¡Margarítita! ¡Margarilita!
¡Sebastiancitoo0…! ¿Onde están?
Como de costumbre, no acudían los muchachos.
El papá, recutido en su cuarto, con el dorso
desnudo, leía. La voz herida de la mujer le llegaba con ruido de latigazo.
Venía el grito, se alargaba a lo hondo y llegaba resonando agudo en el
patiecito enladrillado, restallando como culebra mica, hasta llegar a la
tijera.
-¿Por qué hacés tanto ruido, niñá?
El hombre protestaba como en un ruego y, semi
desnudo, salía a la puerta de la que era la alcoba. Colgando de su mano, un
periódico abierto rozaba el suelo.
-Si no soy yo, son tus hijos, ¿no querés que
los aplaste un carro?
Caminó el hombre un poco por los cuartitos y
de nuevo un brillar ardiente que proyectaba el patio, lo cubrió. La gran luz
amarilla detenida sobre su frente lo seguía a todas partes; con una mano
cubríase media cara, hurtándola a la claridad ardiente.
Golpearon la puerta de la calle.
Entreabriéndola, escondió el pecho desnudo inclinándose a un lado, y asomando
los ojos, dijo a alguien:
-Vea, ahora no voy a poder; dígamele que la
semana que viene, ¿oye? Ahi perdone.
Después bebió agua tibia del chorro y se
sentó en el lecho.
Las sábanas enjabonadas y tendidas en el piso
del patio, fulgían al sol como láminas encendidas. Era imposible mirarlas.
-Ve, oime, vámonos de aquí.
-¿Ves cómo sos vos? Me trajiste porque era
mejor aquí y ya te querés ir.
-Si, pero yo creía... No ves este reflejo
siempre, no hay ni aire. No se halla que hacer, ¿no ves este fuego, mujer?
-¿No creías que qué? Siempre me hacés lo
mismo. Si no es una cosa es otra..
En esto llegaron los muchachos corriendo.
-Ve papá, esta semilla de jocote
-¿Para qué la querés, te digo, botála!
-Pues para sembrarla debajo de ese ladrillo
quebrado, yo lo quebré. ¡Para que tengamos palitos!
-¿Y no sabés que no se siembran las semillas
de jocote?
-¡Cómo no! Y le echamos agua, ¿ah? ¿No ves
que sólo esa tierrita hay aquí, ah?
Los camioneros cargaron otra vez aquella
tarde el último trasto de la familia y de entre un ladrillo quebrado muerto la
tierra renacida alargaba un pequeño tallo verde.
Pero no era de jocote.
Tomado de Juan Aburto. Se alquilan cuartos,
1975.
👉Resuelva la guía para el análisis del texto
"Patio muerto", del escritor Juan Aburto.
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